Monjes de la Santa Cruz y de la Madre de Dios
Monjes Ermitaños
jueves, 1 de marzo de 2018
lunes, 17 de julio de 2017
domingo, 16 de julio de 2017
viernes, 16 de junio de 2017
jueves, 15 de junio de 2017
NUESTRA ESPIRITUALIDAD
"Los monjes de la Santa Cruz y de la Madre de Dios,
tocados y guiados por la gracia del Espíritu Santo, dejamos todo para encontrar
el tesoro escondido en el campo, la perla preciosa, y desarrollar estos dones a
la luz de la Sagrada Escritura, hecha Lectio Divina, según la
tradición de los Santos Padres Antiguos, adquiriendo así un corazón capaz de
escuchar y amar”.
El Monje, en la Pasión de la Santa Cruz, toma sobre
su propio corazón el dolor de la humanidad, particularmente el de
las almas que un día se entregaron al Señor y que luego por las vicisitudes de
la vida o por la debilidad de la materia, se alejaron del Creador y de la
ofrenda que le habían hecho. Así los monjes toman el dolor de los sacerdotes,
de los consagrados y consagradas que sufriendo, sea su infidelidad, como la
cerrazón de la institución eclesial, sangran y sufren por ser marginados y/o
despreciados en nombre de la verdad y de una caridad no entendida. Y es que
cada monasterio debe ser un lugar de sanación interior, un lugar
donde poder superar el rencor y el resentimiento, donde poder retornar a la
comunión con uno mismo, con el prójimo y con el Señor de la Vida. Un lugar del
que se pueda decir: “Ésta es la Casa de Dios y la Puerta del Cielo”.
¿ CÓMO VIVIMOS ?
“Juntos para el servicio de Dios, en el Corazón de Jesús, en la Casa de
Dios, abandonando el pecado y viviendo sólo de la gracia con la fuerza del
Espíritu Santo, trabajando por la paz y la mutua edificación”.
En la ermita cada monje sirve a Dios con la oración y
el trabajo. La presencia silenciosa de los Hermanos es de gran
ayuda y consuelo, y las necesidades de la Comunidad dan la ocasión oportuna
para servir a Dios en los Hermanos.
La soledad del monasterio y la pobreza comunitaria permiten al monje vivir en la simplicidad evangélica, confiando totalmente en la Divina Providencia.
La soledad del monasterio y la pobreza comunitaria permiten al monje vivir en la simplicidad evangélica, confiando totalmente en la Divina Providencia.
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